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Lo público es sagrado

Ese sábado ha sido una pesadilla. Mientras espero a que me atiendan, cuento los minutos entre la desesperación y el hambre. “Te lo dije, Indira, no puedes con la burocracia”, me repetía una y otra vez, agotada de hacer trámites casi sola Y aunque en realidad estuve soportada por dos buenos amigos, estuve a punto […]

Ese sábado ha sido una pesadilla. Mientras espero a que me atiendan, cuento los minutos entre la desesperación y el hambre.

“Te lo dije, Indira, no puedes con la burocracia”, me repetía una y otra vez, agotada de hacer trámites casi sola

Y aunque en realidad estuve soportada por dos buenos amigos, estuve a punto de estallar en llanto frustrado: “esto no es para mí”.

Así como las múltiples veces que me canso de sólo pensar en la proeza que significa “mover un sólo dedo” en la transformación de lo que es público.

Entonces, mientras respiraba profundo, esas horas pegada al reloj me mantenían con la vista fija en por qué estaba pasando por semejante proceso administrativo.

Me acordaba de cada momento en el que también sientes que no puedes, pero más allá de eso, que el país en donde vives no puede.

La parálisis de la inconformidad alcanza y es tal que existen estos pequeños fragmentos en los que preferirías no sentir esa necesidad como fuego de sumarte a los momentos que son para hacer historia.

La realidad es que México vive en el desencanto, la desconfianza y la poca o hasta nula autoestima de la mayoría de los habitantes.

Como si nos dieran una dosis fuerte de veneno, “morimos” y nos vencemos “antes de tiempo”.

Pensamos que nada va a cambiar; y que, aunque esos cambios necesiten de nosotros, siempre el “otro mexicano” tendrá más “culpa” que nosotros mismos.

Deambulando por las calles con la esperanza de futuro o vendida al mejor postor o terriblemente echada a la suerte del “ya merito”.

A mí no me gusta vivir así, no me ha gustado desde pequeña. Más de una ocasión he querido “huir” y otras tantas más cesarme de esa grave como tan cruda realidad. Pero no es posible.

Y no lo es porque conforme he crecido y he conocido la otra cara de la moneda, tanto encuentro a los “monstruos” como a esa gente que sí es valiosa, que sí está dispuesta y que sí hace algo para que las cosas no queden como están.

Esa es la mayor inspiración, comprender que no se trata de “salvar” lo que aparentemente no tiene “salvación”, sino de crear las oportunidades para romper los silencios, los vicios, los miedos.

Esa cadena con la que nos ponen contra la espada la corrupción y la impunidad, sostenida por ciertos grupos monopólicos de poder político, social y económico, y de la que la mayoría concuerda que no podemos ya hacer nada más que seguir así.

Lo de menos es salir a gritar un hartazgo que sucede a diario, lo demás en estos días de decisiones importantes para los mexicanos y los regiomontanos, será construir un proceso que todavía no es claro.

Y bajo la perspectiva de que la democracia aparenta ser defectuosa, habría que reinventarla para mejorar eso que ya hemos hecho.

Porque aunque parece que todo sigue igual no es así. Se están reconfigurando muchas de las cosas que en algún episodio de la historia las creíamos inimaginables.

Y cuando hemos perdido tanto, no se puede perder más.

Esa tarde en la Comisión Estatal Electoral, registrando la posibilidad de ser aspirante a contender en la próxima elección, pensaba eso.

Como un pensamiento que se vislumbra en al menos un intento burocrático de hacer procesos, de una búsqueda de años no personal, sino colectiva, de la protesta, pero más de la propuesta, de entender que lo común es público y que, como diría Antanas Mockus, el exalcalde de Bogotá en Colombia, lo público es sagrado.

A estas alturas ninguno de los que fuimos el sábado pasado sabemos con certeza si aceptarán que participemos en esa aspiración.

Mientras tanto, sigo convencida, así como otros, que no hay proeza más importante para este país que intentar transformarlo en todos los caminos posibles.

Porque no se puede aceptar esta crisis en la que sobrevivimos cruzados de brazos esperando un “milagro” que sabemos no va a llegar, a menos que promovamos la colaboración y la participación cívica.

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