Cada hora se reciben en promedio 155 llamadas de auxilio en el 911.

¡Auxilio!

La violencia hacia las mujeres no tiene cuarentena. De acuerdo a los datos oficiales del Sistema Nacional de Seguridad Pública se hacen 155 llamadas de auxilio por hora al 911, este dato resulta revelador si tomamos en cuenta que incrementó en los últimos meses en los que se recomendó el confinamiento para evitar la celeridad […]

La violencia hacia las mujeres no tiene cuarentena. De acuerdo a los datos oficiales del Sistema Nacional de Seguridad Pública se hacen 155 llamadas de auxilio por hora al 911, este dato resulta revelador si tomamos en cuenta que incrementó en los últimos meses en los que se recomendó el confinamiento para evitar la celeridad de los contagios de Covid-19

Claro que en un país con raíces machistas profundas, pisos disparejos de acceso a la justicia, e impunidad en los casos de violencia, es muy difícil que las mujeres salgan a denunciar. Menos en momentos donde estamos en crisis. El gran reto de nuestra sociedad es dejar de culpar o revictimizar a las víctimas a partir de hacerles pensar que si no denuncian, entonces, ellas son las responsables.

No, no es así. Si nos ponemos en lugar de cada una de ellas, si analizamos no solo con datos sino con empatía sus circunstancias, nos daremos cuenta que aunque parece sencillo romper el círculo de la violencia, no lo es.

Entre las memorias de mi infancia, he encontrado en estos días algo que no recordaba, pero que salta a mi mente cuando la gente asume que es sencillo “escapar de la violencia”. Recuerdo a mi madre abriendo las puertas de nuestra pequeña casa para refugiar a mujeres que, prácticamente, llegaban a ella golpeadas y con todo e hijos. Vi a mi madre valiente confrontarse con sus parejas con tal de defenderlas al calor de discusiones que parecían interminables y que las ponían en riesgo.

Cuando esas mujeres regresaban a sus casas y volvía a pasar lo que es predecible (el círculo de los violentos), yo le preguntaba a mi mamá si valía la pena tanto peligro si como sea ellas regresaban ahí. Mi madre, que siempre ha sido sensata, me contestaba “las veces que sea necesario, hasta que se den cuenta y tomen una decisión”.

Ahora que ya soy grande, entiendo que no es fácil vivir con un agresor que va minando la convivencia al grado de lastimar a quien dice “amar” o hasta “respetar”. Pero que a esas mujeres hay que acompañarlas, “las veces que sea necesario”.

Ante la violencia sistemática e institucional, ninguna de nosotras tenemos garantía de una vida libre de ella, aunque tengamos una Constitución de avanzada, nosotros social y culturalmente debemos trabajar mucho para desprendernos de esos comportamientos.

Lamentablemente, tendremos que recordarnos una y otra vez que estos asuntos no se toman a la ligera. No son exageraciones, ni frustraciones, ni desesperanza. Es una realidad dolorosa y muy difícil de confrontar para quienes la viven. Porque mientras escribo, con seguridad hay una mujer “conviviendo” con su principal agresor y pidiendo ayuda.

Por eso mismo, me resulta indolente, ofensivo y hasta violento el escuchar de la voz del presidente de mi país minimizar lo que les pasa a las mujeres en México: las agreden, violan, matan. Principalmente, por razón de su género.

Así y fuera una sola mujer la afectada. No estamos en momentos para hablar con superficialidad de algo que merece tratarse con atención, seriedad, pero, además, con una profunda empatía porque para muchas, la casa es todo menos un refugio de paz.

Apelo a que el presidente Andrés Manuel López Obrador piense dos veces antes de insinuar, en el país que gobierna, que esas 155 llamadas de auxilio por hora, no existen. Porque en lugar de cuestionarlas o dudar de que sean una realidad, debería estar haciéndose corresponsable de responder ante ellas.

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