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Si Obama y Romney dijeran la verdad

"No me eligieron para decirles lo que quieren oír. Me eligieron para que les diga la verdad”, dijo el Presidente Obama en la Convención Nacional Demócrata el 6 de septiembre.

Obama no solucionará los problemas fiscales con los impuestos a los ricos ni Romney podrá implantar todas las exenciones que desea
Los líderes genuinos tratan de lograr que la opinión pública reconozca los problemas desagradables. Pero esos líderes son poco comunes. La mayoría persigue la popularidad inmediata por sobre la verdad

“No me eligieron para decirles lo que quieren oír. Me eligieron para que les diga la verdad”, dijo el Presidente Obama en la Convención Nacional Demócrata el 6 de septiembre.

¿Hay alguien en Estados Unidos suficientemente crédulo para creer eso? Lo que define esta campaña, en parte, es la enorme brecha entre la retórica política y los problemas presupuestarios del país. Y no se trata sólo de Obama. Mitt Romney también está jugando. Las consecuencias son que el vencedor o bien esquivará esos problemas o, al atacarlos enérgicamente, conmocionará a una población que no está preparada. 

Quizás el primer debate presidencial (miércoles, 3 de octubre) desenmascarará y desacreditará el consenso contra la franqueza, aunque es dudoso que eso ocurra. 

Se dice de la guerra que la verdad es la primera víctima; eso también se aplica a esta campaña. Imaginemos lo que Obama debería decir para cumplir con su aseveración de decir la verdad sin tapujos. 

Si Obama fuera sincero… diría:

Compatriotas. Durante años, sus líderes —me incluyo entre ellos— los han engañado. Su gobierno ha realizado más promesas de las que puede cumplir, aún si la economía vuelve a su pleno empleo. Sus impuestos suben y sus servicios públicos disminuyen. 

Como bien saben, la principal causa de eso es la jubilación de los baby-boomers. 

Entre 2011 y 2025, el número de jubilados que reciben el Seguro Social crecerá casi en un 50 por ciento a 66 millones de personas; Medicare experimentará una subida similar. 

El aumento de gastos resultante perpetuará el enorme déficit presupuestario. 

La Oficina del Congreso para el Presupuesto calcula que las actuales políticas resultarán en déficits acumulativos de 10 billones de dólares entre 2013 y 2022. 

En 2022, el déficit anual será de 1.4 billones de dólares o 5.5 por ciento de la economía, nuestro producto bruto interno. No tengo un plan verosímil para controlar Medicare ni el Seguro Social. 

También he tergiversado las cosas al sugerir que parte de la solución del problema es que los millonarios y billonarios paguen su porción justa. No lo es. 

Mis propuestas aumentarán las tasas tope actuales del 33 y el 35 por ciento a un 36 y 39.5 por ciento para parejas con ingresos que excedan los 250 mil dólares. 

El Tax Policy Center, que no es partidario, calcula que esa medida recaudaría 440 mil millones de dólares en una década. Recuerden que los déficits proyectados suman 10 billones de dólares. 

También he apoyado tasas más elevadas que el 15 por ciento actual sobre los dividendos y las ganancias de capital. 

Esos cambios recaudarían 236 mil millones de dólares en el curso de una década, expresa el Tax Policy Center. 

¿No podemos gravar a los ricos aún más? Lamentablemente, eso tampoco funcionará. Third Way —un grupo liberal, que conste— calculó los efectos de tasas tope para el impuesto a los ingresos del 49.6 por ciento y 41 por ciento y una tasa tope para las ganancias de capital del 38.8 por ciento. 

El presupuesto aún no se puede balancear; para 2040, el déficit sería de 3,3 billones de dólares en dólares actuales. Third Way concluye que si el Seguro Social y Medicare “quedan en piloto automático, onerosos aumentos fiscales para la clase media”—de alrededor del 60 por ciento—“se vuelven inevitables”. 

Aunque soy reacio, estoy de acuerdo. Debemos reducir los beneficios para los jubilados más saludables y más ricos a fin de minimizar déficits, la reducción de otros programas e incrementos fiscales. He aquí lo que propongo.

Si Romney también lo fuera… 

Romney también participa en la charada. Supongamos que gane. He aquí lo que podría decir bajo el suero de la verdad. 

Compatriotas. El panorama del presupuesto es peor de lo que yo he admitido. En la campaña, prometí reducir el gasto federal al 20 por ciento del PBI. Eso no sucederá: Los recortes requeridos para programas importantes —el FBI, las carreteras, los Centers for Disease Control and Prevention, la Patrulla Fronteriza y otros— serían demasiado grandes. 

En los últimos 40 años, el gasto federal ha promediado el 21 por ciento del PBI, así es que mi objetivo del 20 por ciento parece razonable. Y debemos eliminar los programas de baja prioridad, como Amtrak. Pero los ahorros quedarán más que neutralizados por la población que envejece y los gastos de sanidad pública. 

De 1972 a 2011, el Seguro Social y los principales programas de asistencia médica promediaron un 7 por ciento del PBI; en 2020, se estima que equivaldrán a un 12 por ciento del PBI. Si no controlamos esos programas, estrangularán el resto del gobierno. 

En cuanto a cualquier recorte fiscal, olvídenlo. Por supuesto, debemos tratar de simplificar el sistema e incentivar el crecimiento económico recortando las tasas tope y acabando con las exenciones fiscales. 

Hasta eso será difícil, porque muchas exenciones —como el descuento a la tasa hipotecaria— son populares. 

Pero para balancear el presupuesto, aún necesitaremos recaudar más, no menos, contribuciones fiscales del impuesto a los ingresos y otros impuestos. Desde 1972, las rentas públicas han promediado sólo el 18 por ciento del PBI. Yo debería haber sido más franco con Uds. durante la campaña.

El abismo entre la retórica de la campaña y las realidades del gobierno perseguirá al que gane. También define el dilema de la democracia. 

La población quiere que sus líderes le digan la verdad; pero a menudo, no quiere oír la verdad. Los líderes genuinos escapan esa trampa persuadiendo a la opinión pública a que reconozca los problemas desagradables. Pero esos líderes son poco comunes. La mayoría persigue la popularidad inmediata por sobre la verdad, aún si eso profundiza la desconfianza de la población en el largo plazo.

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