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Filipinas: los muertos del Presidente

La guerra de Rodrigo Duterte contra las drogas deja actualmente un promedio de 47 muertos por día en Filipinas, de los cuales, nada más la mitad ocurren en la capital. 

 

1.8
millones de 100 millones de habitantes en Filipinas consumen alguna droga
(Estaría) feliz de aprender de Hitler para poder masacrar a tres millones de adictos” 
Rodrigo DutertePresidente de Filipinas

La guerra de Rodrigo Duterte contra las drogas deja actualmente un promedio de 47 muertos por día en Filipinas, de los cuales, nada más la mitad ocurren en la capital. 

 

Y para el presidente, esta limpieza humana apenas acaba de empezar. Desde su instalación en el Palacio de Malacañán, en Manila, animó a sus conciudadanos a practicar la justicia rápida contra los traficantes y consumidores de drogas: “Si conoces a un adicto, ve y mátalo”. 

 

Eso, sin dejar de asegurar a los agentes de la policía que habrá un bloqueo ante cualquier enjuiciamiento contra ellos. Con tan solo 100 días en el poder, la cifra de muertos de su guerra asciende a los 3 mil 500.

 

El mandatario filipino está convencido de que los adictos no tienen ningún valor y que, además, son una amenaza para su barrio: “es mejor matarlos”, asegura. 

 

Incluso, el pasado 30 de septiembre dijo que estaría “feliz de aprender de Hitler para poder masacrar a tres millones de adictos” y resolver el problema de su país.

 

En términos de cifras, el Dangerous Drugs Board –el órgano gubernamental a cargo de la lucha antidroga–, estima que 1.8 millones –de los 100 millones de habitantes que tiene el país– son consumidores de alguna droga.

 

Hoy en día, el nuevo presidente libra una guerra que se ha convertido en una carnicería humana sin gracia, y que permite a policías y civiles matar con la misma desenvoltura con la que él insulta públicamente a embajadores, al Papa o al presidente Obama; o manda al infierno a toda la 

Comunidad Europea. 

 

Y ya que el pueblo está seducido por la promesa de los resultados exprés y la insensibilidad de una cultura acostumbrada al asesinato político, después de 100 días en el cargo, el presidente cuenta con el apoyo del 64 por ciento de la población.

 

Situación nacional

 

Sobre el plano político que desde hace décadas no deja de dar sorpresas, se trata de una cultura militar voraz que ha engendrado dictadores imperiosos, ostentosos y corruptos, que han ejercido una violencia casi crónica. 

 

Sobre el plano religioso o espiritual, se trata de un conjunto culturalmente cristiano, en un ambiente que es esencialmente musulmán, budista o confucionista. Y en donde económicamente, se cita con frecuencia a la oligarquía autocrática de las grandes familias favorecidas por los norteamericanos, la tremenda desigualdad social y la permanencia de la problemática agraria.

 

Pero sobre todo, en el plan estratégico existe una relación vital con Estados Unidos: Filipinas es uno de los puntos geográficos más importantes para los norteamericanos por encontrarse delante de China y por haber servido durante años como base de retaguardia de gran alcance del sistema estadounidense en el Pacífico.

 

¡Al diablo con Estados Unidos!

 

Ligados por un tratado de defensa mutua, Filipinas y Estados Unidos se desenvuelven desde el verano en medio de un clima bilateral particularmente tenso.

 

Desde que el nuevo presidente llegó al poder a finales de junio, no ha dudado en desafiar verbalmente a Estados Unidos, acusándolo de tratar a Manila como un vasallo. 

 

Si bien el archipiélago fue una colonia de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, para el líder populista, jugar a la resistencia imperialista estadounidense paga bien entre la población. Y su distancia con Washington amenaza con ser una política exterior independiente, construida en base a alianzas con Pekín y Moscú.

 

Y aunque desde el comienzo del verano la diplomacia filipina intenta apaciguar el daño diplomático relativizando las declaraciones del mandatario, es difícil olvidar las críticas diarias que hace contra la “hipocresía occidental”, sólo por ser incompatible con su arbitraria guerra contra las drogas.

 

Además, Duterte alimenta este episodio de antiamericanismo visceral amenazando con socavar una de las alianzas más fuertes que tiene Estados Unidos en el sudeste asiático: una región en la que China afirma sus pretensiones territoriales tratando de imponer sus intereses económicos.

 

¿Será que para Washington  –que ha advertido en numerosas ocasiones al presidente de Filipinas de replantear la conducción de su “guerra total” contra el tráfico de drogas, las ejecuciones extrajudiciales y la represión policial que sigue creciendo– se avecina una ruptura con uno de sus aliados estratégicamente más importantes?

 

Será difícil que Filipinas se deshaga de Washington rápidamente, pues lo cierto es que en poco más de tres meses, Rodrigo Duterte tendrá que trabajar, ya sea con la demócrata Hillary Clinton o con el republicano Donald Trump para reorientar las relaciones bilaterales que ya mandó al diablo con Barack Obama.