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Deportaciones a discreción

Al momento de ordenar una deportación, las autoridades de Estados Unidos parecen guiarse más por criterios subjetivos que por lo que marcan las leyes de inmigración.   

Un tío de Barack Obama recibió su residencia después de 43 años de permanencia ilegal en el país. Pero miles de familias son separadas diariamente sin importar cómo y cuándo llegaron, ni lo que han aportado a la economía con su trabajo.

El presidente Obama sigue cruzado de brazos y afirma que la fracción republicana del Congreso es la que está frenando la aprobación de la reforma migratoria. 

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Niños han perdido a sus padres por las deportaciones

Al momento de ordenar una deportación, las autoridades de Estados Unidos parecen guiarse más por criterios subjetivos que por lo que marcan las leyes de inmigración.   

Un tío de Barack Obama recibió su residencia después de 43 años de permanencia ilegal en el país. Pero miles de familias son separadas diariamente sin importar cómo y cuándo llegaron, ni lo que han aportado a la economía con su trabajo.

El presidente Obama sigue cruzado de brazos y afirma que la fracción republicana del Congreso es la que está frenando la aprobación de la reforma migratoria. 

Cierto o no, los números hablan por sí solos.  De octubre del 2012 a agosto del 2013, el Gobierno estadounidense deportó a 311 mil indocumentados, según informes de la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (ICE, por sus siglas en inglés). 

Del total de deportaciones, 206 mil 776 corresponden a mexicanos. Muchos de ellos incluso nacieron en Estados Unidos, pero el estatus ilegal de sus padres les impide obtener su residencia.

Cada deportado es como una firma más en las peticiones que llegan a la Casa Blanca para exigir que se apruebe una reforma migratoria responsable y con sentido humano.

‘Welcome to America’

En 2011, un hombre keniano fue detenido por manejar en estado de ebriedad. 

Cuando las autoridades revisaron su expediente, encontraron que en 1992 se giró una orden de deportación porque su estancia en Estados Unidos (EU) era ilegal. Y este fue el principio de una larga historia. 

Onyango había llegado al país en 1963 procedente de Kenia. Tenía 19 años y se inscribió en una escuela para varones en Cambridge, Boston. 

La colegiatura de los primeros dos semestres fue pagada por un amigo de su hermano, pero después tuvo que abandonar la institución por falta de recursos.  

Supuestamente obtuvo una licenciatura en filosofía en la Universidad de Boston, pero no hay documentos que lo certifiquen. Incluso, algunos reportes aseguran que no terminó el bachillerato. 

Onyango asegura que renovó su visa, pero que en 1970, cuando se venció, decidió permanecer en Estados Unidos de manera ilegal. 

En 1980 alojó en su casa a un familiar que estudiaría en la Escuela de Derecho de Harvard. 

“Es bueno que le permitas a tus sobrinos permanecer contigo. Los hijos de tu hermano deben ser tus hijos también”, dice Onyango. 

El martes pasado, se presentó en la corte para que Leonard I. Shapiro, juez de Inmigración en Boston, le otorgara la green card. 

Cuando se le preguntó por sus familiares, el keniano respondió: “Sí, tengo un sobrino… es el presidente de Estados Unidos”. 

Onyango “Omar” Obama es el nombre completo de este hombre que residió en Estados Unidos como indocumentado durante 43 años. 

El juez le otorgó la residencia y la posibilidad de aplicar para la ciudadanía dentro de cinco años, a menos que el Departamento de Seguridad Nacional apele el caso en enero del 2014.

“Felicidades. Bienvenido a Estados Unidos”, le dijo Shapiro al hombre que llegó en 1963. 

‘Todavía tengo esperanzas’

Una mañana de septiembre, Ronald Soza salió de su hogar en Pompano Beach, en el estado de Florida. Iba a dejar a sus hijos en la escuela. 

Cuando regresó a su casa, ya lo estaban esperando agentes de la Oficina de Aduanas y Control Fronterizo (ICE) para llevarlo al centro de detención. 

Ronald Soza, nicaragüense e indocumentado, es padre de dos hijos, Cesia de 17 y Ronald Junior de 14 años, ambos residentes legales en Estados Unidos (EU). 

Cuando ellos llegaron de la escuela, su padre no estaba, pero el teléfono sonó y era él, quien les aseguraba que todo estaría bien. 

“Aunque sabíamos que podrían deportarlo, nunca pensamos que realmente sucedería, especialmente porque la ICE ya se había llevado a nuestra madre hace cinco años”, dijo Cesia a CNN. 

Pero lo que tanto temían, sucedió. Soza, quien había huido de Nicaragua en 1980, tuvo que regresar a su país, donde se reunió con su esposa Marisela. 

Sus hijos se quedaron con Nora Sandingo, una amiga de la familia y activista que defiende los derechos de los inmigrantes. 

Ahora, Cesia y Ronald Junior deben vivir con lo que su padre puede enviarles desde Nicaragua, donde trabaja en la construcción. 

“Ha sido muy estresante pasar todo esto sin mis padres. Los extraño mucho”, dijo Cesia, quien actualmente aplica para estudiar la universidad. Aunque sabe que su futuro depende de la ayuda financiera que reciba de alguna institución educativa.

Los Sandingo, que quisieran ser de más ayuda, aseguran que los niños han cambiado su forma de ser desde que fueron separados de su padre. No hablan mucho con otros niños y están deprimidos. 

Los efectos psicológicos que pueden surgir en estos niños son depresión, posibles desórdenes de conducta y la sensación de enfrentar un futuro inestable, afirmó el doctor Luis Zayas, decano de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Texas. 

Ningún padre debe ser puesto en una situación que implique abandonar a sus hijos, agregó, pero lo más importante es saber cómo se van a sentir estos niños con respecto al Gobierno cuando crezcan. 

Desesperados por estar de nuevo con sus padres, Cesia y Ronald Junior incluso consideran la opción de viajar a Nicaragua, pero aseguran que ellos son estadounidenses.  Ni siquiera conocen el país centroamerciano.

“Aunque estamos separados, seguimos unidos de alguna manera. Todavía tengo esperanzas de que esto se va a resolver”, dijo Celia. 

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