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Cuando el futuro nos llegue

Lo que vimos en el segundo debate presidencial fue que el presidente Obama y Mitt Romney “no” discutieron el futuro de la nación.

Casi todos los expertos coinciden en que controlar los costes de la asistencia médica es el punto esencial para curar el déficit presupuestario crónico.

Los gastos sanitarios ya exceden un cuarto del desembolso federal.

Con la cobertura, en el plan de Obama, de los no-asegurados, que comenzará en 2014, y con el enorme influjo en Medicare de baby-boomers recientemente jubilados, esa porción va en vías de convertirse en un tercio.

Lo que vimos en el segundo debate presidencial fue que el presidente Obama y Mitt Romney “no” discutieron el futuro de la nación.

Casi todos los expertos coinciden en que controlar los costes de la asistencia médica es el punto esencial para curar el déficit presupuestario crónico.

Los gastos sanitarios ya exceden un cuarto del desembolso federal.

Con la cobertura, en el plan de Obama, de los no-asegurados, que comenzará en 2014, y con el enorme influjo en Medicare de baby-boomers recientemente jubilados, esa porción va en vías de convertirse en un tercio.

Ni Obama ni Romney dijeron ni una palabra sobre cómo refrenar los gastos de la salud.

Ni una palabra de ninguno de los dos candidatos sobre cómo evitar el precipicio: que impuestos o recortes de gastos deben postergarse, por qué y durante cuánto tiempo; y cómo obtener el apoyo del otro partido en el Congreso.

Obama dijo que la aritmética en el presupuesto de Romney no daba bien y que éste había propuesto recortar gastos con dos programas: Big Bird y Planned Parenthood. Es cierto.

Romney promete balancear el presupuesto, elevar los gastos de Defensa y recortar impuestos para una parte no-identificada de la clase media.

No puede hacerse todo eso sin recortes de gastos masivos, hasta el momento, no-identificados —y probablemente políticamente imposibles.

Pero, un momento. A diferencia de Obama, Romney al menos mencionó dos programas para recortar. Y el presupuesto de Obama nunca puede balancearse.

Las últimas proyecciones del gobierno predicen déficits de 6.4 billones de dólares entre 2013 y 2022; en 2022, se espera que el déficit sea de 652 mil millones de dólares, un 2.6 por ciento de la economía (producto bruto interno).

Hasta esos pronósticos descansan sobre supuestos económicos bastante optimistas.

Entre 2014 y 2017, se calcula que el PBI crecerá a alrededor de un 4 por ciento anual, aproximadamente al doble de la actual tasa de expansión.

El pronóstico supone que no habrá una recesión entre este momento y 2022.

Romney mencionó, casi al pasar, que reformará Medicare y el Seguro Social.

Los cambios podrían producir enormes ahorros porque esos programas costaron 1.2 billones de dólares en el año fiscal de 2012, un tercio de todo el gasto federal.

Pero Romney no especificó cómo alteraría el Seguro Social, y su controvertida propuesta para Medicare no se iniciaría hasta 2022 —después de que el potencial presidente Romney hubiera terminado su segundo mandato.

Aún así, Obama ni siquiera mencionó esos programas.

El presidente se ha conformado con implicar que elevar los impuestos para los “ricos”, definidos como parejas con ingresos de más de 250 mil dólares, curará la mayor parte de los problemas presupuestarios. Eso no es cierto.

Obama y Romney pueden evadir estos desagradables e impopulares temas ahora, pero el vencedor no podrá evitarlos después de la elección.

La manera en que se encare el precipicio fiscal casi con certeza representa la política federal de mayor importancia que afectará las perspectivas de la economía a corto plazo.

El gran déficit no desaparecerá milagrosamente, aún si la recuperación sigue su curso y se fortalece.

Los norteamericanos enfrentan una sorpresa muy desagradable: un futuro que no ha sido reconocido ni debatido en la campaña.

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