Un impuesto ‘saludable’

Quienes son fumadores han aprendido a odiar a los impuestos llamados de “pecado”, que se colocan a bienes de dudosa reputación saludable, como el alcohol y el tabaco.

Los opositores a este tipo de impuestos argumentan que fumar se hace en un contexto de información y libertad individual, y por lo tanto es una decisión en la que el Estado tiene poco que ver.

Sin embargo, el problema tiene más connotaciones. Decidir fumar no sólo es una decisión que afecta a la salud del individuo, sino a la de la sociedad en general.

Quienes son fumadores han aprendido a odiar a los impuestos llamados de “pecado”, que se colocan a bienes de dudosa reputación saludable, como el alcohol y el tabaco.

Los opositores a este tipo de impuestos argumentan que fumar se hace en un contexto de información y libertad individual, y por lo tanto es una decisión en la que el Estado tiene poco que ver.

Sin embargo, el problema tiene más connotaciones. Decidir fumar no sólo es una decisión que afecta a la salud del individuo, sino a la de la sociedad en general.

Por ejemplo, se calcula que los fumadores le cuestan al gobierno entre 6 y 15 por ciento del gasto anual en salud.

Existe un obvio costo de oportunidad, pues esos recursos podrían destinarse a prevenir otras enfermedades o mejorar la cobertura de salud.

Bajo este argumento, los gobiernos cobran altos impuestos para compensar a quienes no fuman. El problema es que cuantificar ese costo siempre es difícil.

Golpe al bolsillo

El otro argumento tiende ser más pragmático: evitar que jóvenes comiencen a fumar. Si el costo de las cajetillas incrementa sustancialmente, podemos ver un efecto directo en la cantidad de éstas que se demanda.

Por ejemplo, un estudio del Buró Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos encontró que gracias a una ley aprobada en 2009, disminuyó en hasta 13 por ciento la cantidad de estudiantes de preparatoria que fuman.

Los autores calculan que por cada incremento de 10 por ciento en el precio de cigarros, la tasa de estudiantes que fuman se reduce en 5 por  ciento.

Con los impuestos que se han aplicado en México también se ha encontrado evidencia similar.

En un estudio llevado a cabo por investigadores de la Secretaría de Salud, se encuentra que por cada 10 por ciento de incremento en el precio, los jóvenes entre 18 y 25 años compran 4 por ciento menos cigarros.

Para los adultos mayores a 26 años, la caída es mayor, de 6 por ciento.

Una vez ajustando por ingreso y edad, también se encuentra que cuando se trata de tabaco, las mujeres son las que más fácilmente se convencen, puesto que la demanda cae 13 por ciento ante un incremento de 10 por ciento en el precio.

El factor piratería

No obstante en este tema, no siempre más impuestos significa lo mejor.

Estudios también han demostrado que existe un costo de riesgo ante los impuestos altos: el incremento en la venta de cigarros piratas, que son manufacturados con menos estándares de calidad, pero vendidos en la calle a precios menores.

Esto sugiere que hay un límite superior a los impuestos “pecado”.

Si la tasa es muy alta, el efecto deseado en la reducción de fumadores podrá ser imperceptible por el incremento de los vendidos de manera 
informal.