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Sigue agonía

Roy Rivera Hidalgo desapareció el 11 de enero de 2011. Esa madrugada hombres armados entraron a su casa en San Nicolás de los Garza y no sólo se robaron las pertenencias de la familia, también se lo robaron a él y la paz de sus padres y hermano.

Su madre Leticia no ha encontrado apoyo en la justicia, ha agotado todas las instancias y su hijo sigue sin aparecer.

Cuando los encapuchados que portaban armas largas y chalecos de la Policía de Escobedo lo sacaron por la fuerza, tenía tan sólo 18 años, pero era él o su hermano Ricky de 16.

Ricky Rivera, hermano menor de Roy, reconoce que su vida está vacía sin su ‘brother’

Roy Rivera Hidalgo desapareció el 11 de enero de 2011. Esa madrugada hombres armados entraron a su casa en San Nicolás de los Garza y no sólo se robaron las pertenencias de la familia, también se lo robaron a él y la paz de sus padres y hermano.

Su madre Leticia no ha encontrado apoyo en la justicia, ha agotado todas las instancias y su hijo sigue sin aparecer.

Cuando los encapuchados que portaban armas largas y chalecos de la Policía de Escobedo lo sacaron por la fuerza, tenía tan sólo 18 años, pero era él o su hermano Ricky de 16.

Horas después los raptores pidieron un rescate que la misma Leticia entregó, pero pasaron las horas y los días y el joven no fue devuelto. La familia ha seguido cada pista que los pudiera llevar a su hijo. Nada ha resultado.

Al cumplir dos años de que inició la pesadilla, su hermano Ricky le escribió una carta. El alma se sacude cuando le dice a su “brother” lo vacía que es la vida sin él, y que el gobierno no ayuda a encontrarlo, sólo siembra desconfianza.

Le platica de las visitas de su padre al psiquiatra, el distanciamiento del abuelo y los rezos de la abuela para que pronto aparezca.

Su madre lleva la agonía cubierta con un velo, dice, pero se ha vuelto una guerrera incansable, que lucha contra la apatía de las autoridades, junto a sus compañeros de batalla y anhelo, los familiares de los otros desaparecidos.

Ricky aún tiene la cicatriz del cachazo que le dieron los que le arrebataron a su hermano. Ya no le duele, más bien llora la ausencia del hermano que dio la vida por él.

“Hay momentos en que te necesito, en los que lloro solo, en los que quisiera que no hubieras abierto la boca cuando dijiste ‘¡Déjenlo, yo soy el mayor!’, momentos en los cuales quisiera agarrarte a golpes por haberme dejado, momentos en los que voy a nuestra casa y siento como cuando te me aventabas arriba a hacerme cosquillas, momentos también en el que siento que me falta la mitad del corazón”, dice Ricky en la carta.

Mientras Ricky aumentó 20 kilos, reprueba en la escuela y abandonó el deporte, Leticia se hace fuerte y a veces débil. 

No sabe si desea que su hijo esté vivo en condiciones que ella llama infrahumanas, o muerto, descansando en paz.

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