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¿La hora de México?

Sobre Chávez póstumo, casi todo está escrito. Que la popularidad del comandante bolivariano tras 14 años en el poder se explica porque su gobierno mejoró el nivel de vida de decenas de millones de pobres. Que las multitudes hoy dolientes no lo llorarán para siempre. Que para Cuba, su petróleo es sinónimo de supervivencia. Como su alianza ideológica para la Nicaragua de Daniel Ortega. Que el chavismo sin él y su carisma va a estar difícil, pero no imposible. Que hubo más imágenes religiosas en su funeral que en el cónclave de Roma.

Sobre Chávez póstumo, casi todo está escrito. Que la popularidad del comandante bolivariano tras 14 años en el poder se explica porque su gobierno mejoró el nivel de vida de decenas de millones de pobres. Que las multitudes hoy dolientes no lo llorarán para siempre. Que para Cuba, su petróleo es sinónimo de supervivencia. Como su alianza ideológica para la Nicaragua de Daniel Ortega. Que el chavismo sin él y su carisma va a estar difícil, pero no imposible. Que hubo más imágenes religiosas en su funeral que en el cónclave de Roma. Que la Venezuela que deja es el país más violento de América del Sur con la cuarta tasa de homicidios más alta del mundo. Que el polémico líder cuyos restos siguieron los pasos de los de Lenin, Mao y Ho Chi Minh, es el fracaso con más éxito de América Latina.

Pero fue Gabo quien mejor ha descrito a Chávez, muchos años antes de su muerte. Tenía dos perfiles, escribió nuestro Premio Nobel de Literatura en 1999. “Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”. Y la historia no dictaminará por uno de los dos. Jugará con ambos hasta la eternidad.

Lo que no está a discusión es que Hugo Chávez deja un hueco en América Latina. Para muchos, ese espacio podría ocuparlo México, país legendario el siglo pasado por abrazar las causas nobles de sus hermanos del sur pero que, durante 12 años de panismo, los ignoró, concentrado en el vecino distante del norte.

Peña Nieto, y sus asesores, se dieron cuenta que la muerte de Chávez era el momento idóneo para salir en la foto. De ahí la presencia del jefe de Estado priista entre los 33 líderes mundiales que viajaron al país sudamericano para decirle adiós al comandante bolivariano.

Hoy, la Cancillería mexicana tiene un nuevo reto. Ya no se trata solo de dejar atrás la imagen y percepción de inseguridad y violencia. Ahora es momento para una vuelta de tuerca hacia América Latina.

Además de promover a Pemex como una empresa moderna del nivel de Petrobras, y de cultivar ese coqueteo nefasto, pero imprescindible, con Estados Unidos, la política exterior de México deberá demostrar que el país tiene los tamaños para ser líder de la América hispanohablante.

Aparte de la liberación anunciada de la francesa Florence Cassez y de su oportuno viaje a Caracas para las exequias de Chávez, a 100 días de su gobierno, EPN no ha hecho gran cosa en política exterior.

Cierto, ha cambiado el discurso de la guerra a la paz, pero eso, por ahora, es pura retórica.

Porque los muertos no han desaparecido. La inseguridad sigue siendo la marca del país. Una violación tumultuaria de seis españolas en Acapulco. Alertas de viaje del Departamento de Estado norteamericano. Ejecuciones, como la del secretario de Turismo de Jalisco, José de Jesús Gallegos. Secuestros, como el del consejero electoral distrital de Tamaulipas Ramiro Garay. Balaceras, persecuciones y bloqueos de avenidas entre 14 grupos de civiles armados en siete Estados del país.

Todo eso huele mal, y vende peor.

Expertos opinan que el tiempo de México como “Big Daddy” de América Latina es cosa del pasado. Ya no hay guerrilleros que esconder ni conspiraciones que albergar.

Hoy, para unir a la América Latina del siglo 21, además de carisma, la capacidad de convocatoria va de la mano con el poder económico. Como el petróleo de Chávez. O como el Petrobras brasileño de Dilma Rousseff.

¿Qué ofrece Peña Nieto a sus vecinos del sur? La incógnita abre un interesante compás de espera.

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Que México deje de estar sometido a las necesidades comerciales del vecino ya no tan distante del Norte, cuyo poder es mayor como demandante que como oferente, es uno de los grandes sueños mexicanos.

Pero la realidad es que el complejo vínculo entre Estados Unidos y México, quienes tienen la mayor cantidad de acuerdos entre dos países en el mundo, es inevitable, considerando los más de tres mil kilómetros de frontera que los unen (o separan, según la óptica). No será sencillo cortar el anquilosado cordón umbilical con Estados Unidos.