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Enfermos mentales: los olvidados

En México la salud mental es un tema del que se habla entre murmullos. Como si nadie quisiera saber cuántos enfermos hay. Por si fuera poco, tampoco hay suficientes especialistas, inversión o infraestructura.

En medio de la inseguridad y las reformas, ese asunto está abandonado. En el olvido.

De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el país hay un siquiatra, un sicólogo y tres enfermeras especializadas en problemas mentales por cada 100 mil habitantes.

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años tarda una persona en buscar atención médica especializada en enfermedades como la depresión, bipolaridad o déficit de atención
"Calor es una gota de sudor que recorre la frente, es lo que se evapora y cruza el cielo, que llega al sol a unirse al universo, es la geografía del cuerpo de uno mismo, es el invento de Dios"
Ruth NohemíPaciente de Craemac
A Alejandro el calor le da mucho sueño. Por eso, antes de quedarse dormido, el hombre de casi 1.80 de estatura se retira para ir a remojarse los brazos
“Estar aquí me relaja, aunque hace mucho calor. Descubrí que con el color rojo se me quita la depresión, ya no veo a la familia, pero ahorita el aire afuera pega fresco para que haya más gente feliz. Yo quiero también ser feliz”
Trini SosaPaciente de Craemac
"Y a mí me gusta la nieve, el yogurt y el pastel de tres leches…la limonada, el Sprite, la toronja… todo eso, los bolis"
Ruth NohemíPaciente de Craemac
"Ahí (en el techo) están las pruebas de que algunos están destruidos y los otros se los robaron, desgraciadamente, tuvimos que poner algunas mallitas para cuidar un poquito los aires, ahora lo que estamos pensando es no ponerlos en el techo, sino como si fueran de pared, para que se conserven, porque aquí los robos están tremendos"
Monseñor Mariano Mosqueda DelgadilloFundador del Craemac
https://www.youtube.com/watch?v=PQPBTHSZ-Ds&list=UUCCjc1piE1mIrhcE3ejENeA

En México la salud mental es un tema del que se habla entre murmullos. Como si nadie quisiera saber cuántos enfermos hay. Por si fuera poco, tampoco hay suficientes especialistas, inversión o infraestructura.

En medio de la inseguridad y las reformas, ese asunto está abandonado. En el olvido.

De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el país hay un siquiatra, un sicólogo y tres enfermeras especializadas en problemas mentales por cada 100 mil habitantes.

Según el documento “Haciendo que la salud mental cuente”, en México solo hay 4 camas disponibles para una población de 100 mil enfermos mentales, y la capacidad hospitalaria es de 0.03 en la misma proporción.

Por si fuera poco, hay instituciones -como el Centro de Rehabilitación y Asistencia para Enfermos Mentales de Ciudad Juárez (Craemac)- que ni siquiera cuentan con aire acondicionado.

Y en la temporada de la canícula, el calor que se abraza al cuerpo -y también abrasa- puede trastornar a cualquiera.

Ruth Nohemí vive en Ciudad Juárez. Sonríe porque anoche la lluvia se dejó sentir un poco y eso aminoró las altas temperaturas que en días anteriores azotaron la región.

Para ella, el verano es el tiempo para comer nieve y pastel de tres leches. Para estar en el patio sentada junto a sus compañeros. Para reflexionar en lo que significa la palabra calor.

“Calor es una gota de sudor que recorre la frente, es lo que se evapora y cruza el cielo, que llega al sol a unirse al universo, es la geografía del cuerpo de uno mismo, es el invento de Dios”, asegura.

Su descripción parece sacada de una alucinación, sobre todo porque Ruth Nohemí es una de las 38 mujeres que, junto a 74 hombres, vive en el Craemac.

Pero tal vez esa frase no sea una locura.

Tal vez Ruth Noemí tiene razón, sobre todo si se toma en cuenta que el verano en esta parte del país es inclemente y casi ninguna de las habitaciones de este albergue tiene aire acondicionado.

Había una docena de esos aparatos que operaban para brindar servicio a los pacientes, pero uno a uno se fueron desgastando por el uso y los que aún servían fueron robados hace tiempo.

El centro de rehabilitación está ubicado en la colonia Galeana, al sur poniente de Ciudad Juárez, ahí a esta hora las calles están prácticamente vacías. 

La mayoría de los habitantes del sector permanece en sus domicilios, guareciéndose de las  altas temperaturas.

Son cerca de las 12 del mediodía y mientras los pacientes hacen fila para recibir su medicamento diario, el cielo permanece seminublado.

A principios de julio de este año, en la ciudad se registró una temperatura récord de 42.7 grados centígrados, de acuerdo con el Servicio Meteorológico de Estados Unidos en Santa Teresa, Nuevo México. 

Pero este día ha dado intermitentes treguas. Una ligera brisa refresca el ambiente. Luego, la ventisca se detiene y, como un latigazo en la piel, se siente de golpe los más de 40 grados centígrados que marca el termómetro.

Los dos aires acondicionados que sobrevivieron a los robos y al uso, operan con temperatura ambiente. Ninguno logra refrescar las recámaras y, cuando no hay ventiscas como la de hoy, el bochorno es insoportable.

Duele la cabeza. El aire se vicia y las habitaciones se convierten en pequeños recordatorios del infierno.

En el Centro de Rehabilitación y Asistencia para Enfermos Mentales de Ciudad Juárez se escucha el ruido de esos aires acondicionados. El sonido parece el de un tren que pasa a lo lejos. Un tren que no hace escalas en ese lugar.

No les asignan los recursos

De acuerdo a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el costo de atender a personas con enfermedades mentales severas puede elevarse hasta ser 4 por ciento del PIB en algunos países.

El estudio indica que en México solo 2 por ciento del gasto en salud se destina al bienestar mental y de esto, 80 por ciento es gasto operativo.

En el Centro de Rehabilitación y Asistencia para Enfermos Mentales de Ciudad Juárez (Craemac) se trata a personas que en su mayoría fueron recogidos de las calles por personal de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal (SSPM) o por el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF).

Otros, fueron llevados directamente por sus familiares, quienes al no contar con tiempo, espacio o capacidad para cuidarlos decidieron dejarlos en el refugio que actualmente, con 112 internos, se encuentra a su máxima capacidad.

En promedio los países de la OCDE cuentan con 70 camas de atención psiquiátrica por cada 100 mil personas, México tiene menos de 2.

Pero las instalaciones del albergue en Ciudad Juárez se mantienen aseadas, lo que permite que sus habitantes puedan desplazarse con soltura por el lugar.

Algunos se acomodan en las jardineras a descansar, otros se acuestan en el piso o en las esculturas que adornan los espacios al aire libre.

El patio central cuenta con domos y palapas en donde los enfermos mentales se resguardan de los rayos del sol, aunque el calor no deja de sentirse.

La semana pasada, el refugio lanzó un llamado a las agrupaciones civiles, empresariales y comunidad en general para que donen aires acondicionados y permitan así aminorar las altas temperaturas que se registran durante la temporada veraniega.

Monseñor Mariano Mosqueda Delgadillo, fundador del Craemac, hizo hincapié en la necesidad de conseguir los aires para ese centro.

El también párroco de María Madre de la Iglesia indicó que en los últimos 12 meses sufrieron el robo de los aparatos que están instalados en el techo.

“Ahí (en el techo) están las pruebas de que algunos están destruidos y los otros se los robaron, desgraciadamente, tuvimos que poner algunas mallitas para cuidar un poquito los aires, ahora lo que estamos pensando es no ponerlos en el techo, sino como si fueran de pared, para que se conserven, porque aquí los robos están tremendos”, comentó.

En las habitaciones del albergue la temperatura aumenta. Se recrudece la humedad y eso hace casi imposible la permanencia en el lugar.

Una nieve y un pastel para ser feliz

Ruth Nohemí dice que no le molesta tanto el calor, que para eso Dios hizo la lluvia y la nieve que son benditas.

“Y a mí me gusta la nieve, el yogurt y el pastel de tres leches…la limonada, el Sprite, la toronja… todo eso, los bolis”, dice y de inmediato divaga sobre su vida años atrás, cuando acudía a nadar y visitaba el Parque Central.

Mientras la mujer -que no recuerda su edad, pero piensa tener entre 30 y 40 años- regresa el tiempo en su mente, en el patio se escucha de manera permanente las canciones de Juan Luis Guerra.

“Canta corazón/ con un ancla imprescindible de ilusión/ suena corazón/ no te nubles de amargura”.

El ritmo contagioso de la melodía hace que varios de los internos se paren en algunos rincones y se balanceen intentando seguir la música.

Ruth Nohemí regresa de su viaje en el tiempo y de manera atropellada irrumpe con una declaración:

“A mí me gusta sonreír, por eso me lavo los dientes”.

El ‘spanglish’ de Pablo

Pablo Molina mide poco menos de 1.80 de estatura. Es de complexión gruesa y dice tener una semana en el albergue.

“Problemas con un vecino”, argumenta.

Pablo recuerda que trabajó en distintas mueblerías en Ciudad Juárez e incluso en El Paso, Texas.

Por eso, dice, cuando platica mezcla palabras en inglés y en español.

“Está pesadón el calor, aunque tiene air conditioner en la noche suda uno mucho, tienes que echarte agua pa’ que se refresque un poco”.

Los aparatos de los que habla son en realidad aires inservibles. Carecen de bombas y muchos se encuentran oxidados.

“Yo preferiría estar en mi casa, pero pos aquí hay que estar un ratillo, me quiero ir a Los Ángeles, pero estoy aquí a huevo, ni modo”, dice mientras se da media vuelta para regresar a su lugar en las banca.

Más calor más violencia

La revista Science publicó el año pasado que, de acuerdo a investigadores de las universidades de Princeton, Cambridge y California, los cambios climáticos están fuertemente vinculados a la violencia.

Para determinar la relación entre clima y conflicto los investigadores hicieron tres categorías: violencia interpersonal (violaciones, asesinatos, asaltos o agresiones de género), violencia intergrupal e inestabilidad política (guerras civiles, revueltas, violencia étnica, invasiones) y colapsos institucionales (grandes cambios gubernamentales o caída de civilizaciones).

Tras revisar los datos, observaron que los tres tipos de conflictos aumentan en relación a los cambios climáticos, aunque son los conflictos intergrupales los que mantienen un vínculo más fuerte.

De acuerdo al estudio publicado por Science, existe una relación entre los distintos fenómenos meteorológicos y la aparición de conflictos pero es el aumento de las temperaturas el que más influye.

La totalidad de los 27 estudios que se han realizado para estudiar la relación entre temperatura y conflictos llegaron a la misma conclusión: la subida de temperaturas está directamente relacionada con el aumento de la violencia.

‘Estar aquí me relaja’

Para Trini Sosa calor es todo lo húmedo. Es la desesperación. Controlarse en silencio. Calmarse viendo un color rojo y sonreír ante el abandono. Es ya no ver a la familia. Es permanecer atento, en la sombra, al día de mañana.

Trini presume ser una de las más antiguas en el Centro de Rehabilitación y Asistencia para Enfermos Mentales de Ciudad Juárez (Craemac).

“Casi la fundadora”, dice.

Durante 28 años, la mujer ha vivido en el albergue en donde prefiere estar debido a la inseguridad que se vive en la ciudad.

“Estar aquí me relaja, aunque hace mucho calor. Descubrí que con el color rojo se me quita la depresión, ya no veo a la familia, pero ahorita el aire afuera pega fresco para que haya más gente feliz. Yo quiero también ser feliz”, asegura.

Francisco Sánchez, director del Craemac indicó que han existido ofertas de apoyo de algunos grupos y organizaciones no gubernamentales para llevar aires acondicionados al lugar, sin embargo, éstas aún no se concretan.

“Vinieron de Fechac, dijeron que iban a traer algunos, pero no han llegado, eso sí, nos ofrecieron el apoyo total, vamos a ver, a esperar, pero igual si hay alguna otra agrupación local o de El Paso interesada en apoyar sería bienvenida”, comentó.

El encargado del Craemac detalló que el calor de días pasados provocó reacciones adversas y cambios en el estado de ánimo de los internos.

“Ellos son como todos, también se ponen de genio, se ponen inquietos, aquí se hace lo que se puede, pero podrían estar mejor y es lo que estamos intentando”, puntualizó.

Trini también quiere estar mejor, por eso lanza una petición:

“Yo quiero que alguien nos regale aires. Calentones no, porque imagina si tenemos mucho calor con calentones, no, porque nos puede dar una pulmonía”.

‘El calor siempre está pegando duro’

Flavio Flores tiene 53 años y asegura tener también la solución para el calor. Mientras se ajusta su sombrero, revela que tomar café es la mejor forma de evitar el bochorno. Si se puede frío y por la mañana, es mejor.

“El problema es que no todo el tiempo hay café y el calor siempre está pegando duro, ahorita está bueno, pero en la noche me quito mi sombrero ya pa’ acostarme porque se siente mucho”, asegura. Toma su sombrero y sin decir nada más, se va.

En su marcha, Flavio pasa al lado de Conchita, que está al fondo del patio. Ella camina lentamente, extendiendo un poco sus brazos con las palmas abiertas. Como acariciando el aire.

Su vestido negro es ligero y le hace aparentar menos de los 70 años que dice tener.

“Yo me enfermé a los 20 años de mi cabeza. Estudié hasta cuarto año, pero me gusta vivir aquí. Nomás tengo poco calor, pero sí sudo, pero tengo poco calor”, dice y su voz se va apagando lentamente, como su andar.

Al centro del patio llega Alejandro, un exuniversitario que ronda los 30 años.

Para él, el calor son los Celtics de Boston, portarse mal y encerrarse en el cuarto del fondo donde la pelea con otros por alcanzar el aire se da entre empujones.

Cuando tiene calor, dice, se moja el cuerpo y se sienta a descansar.

Y es que a Alejandro el calor le da mucho sueño. Por eso, antes de quedarse dormido, el hombre de casi 1.80 de estatura se retira para ir a remojarse los brazos. Con las manos enjuaga el rostro y se queda quieto mirando al sol para secarse.

En eso, Ruth Nohemí regresa apresurada.

Dice que recitará unos versos. Se detiene al centro del patio. El sol, inclemente, baña su cuerpo, pero a ella eso parece no importarle.

Muestra su casi perfecta dentadura con un amplia sonrisa. Hace un silencio y comienza:

“Dos Rosas: Cultivo una rosa blanca/ en junio como en enero/ para el amigo sincero/ que me da su mano franca…”.

Ruth Nohemí dice que el poema está ahí en su memoria y que, como el calor, las frases van y regresan.

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