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El otro infierno

“¡Se está quemando la guardería!”, gritó Marina Isabel Flores cuando vio que salía humo del techo del comedor, donde estaba tomando sus alimentos, y escuchaba cómo crujía la lámpara por el calor del fuego.

De inmediato, ella y otras compañeras que estaban en su hora de comida, aventaron los alimentos y corrieron a las aulas donde les tocaba atender a los niños.

Isabel entró al área de Maternal A y tomó a algunos menores en sus brazos para sacarlos a la calle. A otros, los iba empujando con los pies para poder sacar a más, entre el humo y el caos del miedo.

“¿Cómo creen? ¿Cómo creen que en nosotros va a carburar la mente en que queremos dejarlos y salvarnos?”
Maribel HernándezEmpleada de la Guardería
“No sé de dónde agarré valor para decir: ‘Tengo que sacar a estos niños, ¿cómo me voy a morir aquí? No me quiero morir junto con ellos”
Araceli MoroyoquiEmpleada
de la Guardería ABC
https://www.youtube.com/watch?v=yognpPUrxi0

“¡Se está quemando la guardería!”, gritó Marina Isabel Flores cuando vio que salía humo del techo del comedor, donde estaba tomando sus alimentos, y escuchaba cómo crujía la lámpara por el calor del fuego.

De inmediato, ella y otras compañeras que estaban en su hora de comida, aventaron los alimentos y corrieron a las aulas donde les tocaba atender a los niños.

Isabel entró al área de Maternal A y tomó a algunos menores en sus brazos para sacarlos a la calle. A otros, los iba empujando con los pies para poder sacar a más, entre el humo y el caos del miedo.

En su desesperación por salir, intentó abrir varias veces la puerta principal, sin éxito. Finalmente, metió una pierna y pudo abrir. Afuera estaba otra de sus compañeras, quien tomó a los niños.

Isabel regresó a la sala y sacó a más. Ya no hubo quien se los recibiera en la calle y ella cruzó para dejarlos en la banqueta de enfrente.

En ese momento, llegaron policías municipales gritando que se llevaran de ahí a los niños porque explotaría el tanque de gas.

Isabel y otras personas tomaron a los pequeños que ya estaban afuera de la Guardería y corrieron a llevarlos a la “casa verde”, una vivienda ubicada a unos 50 metros del lugar y que en todos los simulacros se dijo que sería el refugio a donde llevar a los menores en caso de un siniestro.

Ahora, Marina Isabel Flores es una de las 22 personas que la Procuraduría General de la República (PGR) busca enviar a la cárcel acusada de homicidio culposo, lesiones culposas y abandono de los niños de la Guardería.

Así como Isabel, las otras maestras y empleadas de la Guardería ABC conocieron el infierno ese fatídico 5 de junio del 2009.

A pesar de que el incendio se apagó, otro infierno sigue consumiendo sus vidas. El calvario no ha terminado para ellas y parece empeorar cada vez más.

Amenazadas de muerte por algunos padres de familia; rechazadas por una parte de la sociedad de Hermosillo; con tratamientos psicológicos y psiquiátricos interminables; y, en algunos casos, sin trabajo y sin atención médica, las maestras y trabajadoras de la Guardería ABC han pasado cada uno de los 2 mil 631 días desde la tragedia, en un martirio constante que nadie conocía.

En la Guardería había más de 200 niños al momento del incendio. Fallecieron 49 de ellos, a los que ya no pudieron rescatar por el humo y las llamas que se apoderaron del lugar.

Por primera vez, nueve empleadas de la Guardería ABC dan su testimonio sobre lo que ocurrió ese día y cómo ha cambiado su vida desde entonces.

De ellas, cinco se encuentran en la lista de consignaciones de la PGR. A más tardar hoy, el juez Tercero de Distrito con sede en Sonora debe decidir la suerte de estas y otras personas que la Procuraduría quiere enviar a prisión.

La persecución y el miedo

Las nueve mujeres tienen un rasgo en común: el brillo de sus ojos se desvaneció.

Es difícil arrancarles una sonrisa diminuta. Algunas tienen tics o se toman constantemente las manos con nerviosismo. Su memoria les falla. Lloran a la menor provocación.

Todas, sin excepción, toman medicamentos psiquiátricos para intentar sobrellevar el estrés postraumático que tienen desde ese día.

Hablaron con miedo por las consecuencias que pudiera tener dar a conocer su testimonio.

A algunas les han llegado a decir que, si no las encierra la PGR, podrían ir a quemarlas a sus casas. A ellas y a sus hijos, “para que vean lo que se siente”.

La prueba fehaciente de su culpabilidad, según les han dicho, es haber salido con vida del incendio de la Guardería ABC. Ni más ni menos.

Ellas han aguantado todo en silencio.

Les ha tocado ser expulsadas de restaurantes donde están comiendo, si llega alguno de los padres de un menor fallecido que las culpa.

Las sacaron varias veces de las clínicas del IMSS por la puerta trasera, si llegaba algún papá que les reclamara no haber sacado a sus hijos de las llamas.

En la calle les han gritado “¡Asesinas!”. Se han teñido el pelo varias veces para intentar pasar desapercibidas. Se han cambiado de casa y hasta de nombre, en lugares públicos.

Han estado internadas en hospitales psiquiátricos por algunos periodos. Sufren de depresión crónica. Aun así, a algunas se les ha retirado la ayuda médica y psicológica.

Hubo quien perdió a su familia en el proceso. Ocurrieron divorcios o abandono. No solo ellas tuvieron que buscar ayuda. También los hijos que veían a sus madres postradas por el dolor.

A quienes después de esa situación pudieron recuperarse un poco más, no les fue tan fácil encontrar trabajo. El simple hecho de haber laborado en la Guardería ABC bastaba para que nadie las considerara como aptas para ser sus empleadas.

Y si encontraron trabajo, algunas lo perdieron porque no pudieron soportar la presión, el morbo, los simulacros o la simple imagen del momento en que quisieron sacar a más niños y no fue posible.

No pudieron ir a los funerales de los pequeños, porque el repudio fue generalizado apenas unas horas después del incendio. Solo en algunos casos se les permitió ir a llorar a “sus chiquitos”.

Fueron señaladas porque, en las fotografías y videos, algunas maestras aparecen con sus bolsas de mano afuera de la guardería incendiada. Explicaron que ellas ya habían salido de sus turnos, pero regresaron para ver en qué podían ayudar y por eso traían sus pertenencias consigo.

Recuerdan, con indignación, cómo algunos padres que perdieron a sus hijos ni siquiera tenían necesidad de llevarlos a la guardería.

Una de las madres más afectadas por la muerte de su pequeño, no trabajaba, dijeron. Lo llevaba ahí “para socializar”.

Hubo quien esa semana estaba de vacaciones en el trabajo y aun así llevó a su niño a la Guardería para poder tener el día libre.

O quien llegó tarde por su hijo y cuando fue, lo encontró muerto.

Aun así, expresaron respeto por los padres y su dolor. Solo les pidieron recordar que, al igual que para ellos, para las maestras y trabajadoras de la Guardería ABC cada uno de los menores era como parte de su familia.

Recordaron que la Guardería tenía lista de espera para recibir a más niños. Estaba por encima de su capacidad, dijeron, porque atendía a más de 200 menores todos los días.

También recordaron que semanas antes, habían alertado a las autoridades sobre el peligro que representaba la lona que cubría el patio central de la Guardería, que en el interior simulaba un circo, porque podía quemarse en caso de un incendio.

Las querían obligar a decir que había regaderas contra incendios en el interior. Jamás las hubo.

Dijeron, además, que varias personas se convirtieron en héroes sin serlo. Llegaron tarde y, aunque se dijo en los medios de comunicación que sacaron a muchos niños, éstos ya estaban muertos.

Recuerdan cómo todo se complicó porque a esa hora, la mayor parte de los niños estaban dormidos. Era la hora de la siesta, por lo que no pudieron llamarlos a todos para abandonar el lugar, como pasaba en los simulacros que habían hecho antes.

Las maestras y trabajadoras de la Guardería ABC ganaban alrededor de mil 700 pesos a la quincena –menos impuestos- por una jornada de ocho horas.

Las liquidaron meses después del incendio, mientras estaban incapacitadas. Les dieron una hoja donde hablaban de las secuelas que tuvieron por “riesgo de trabajo”, pero no se respetaron sus derechos como trabajadoras.

Inmediatamente después de ser liquidadas, les fue retirada la atención del IMSS como afectadas del incendio.

Hoy, deben enfrentar un proceso penal que les ha costado mucho más que dinero. Saben que, si son aprehendidas, no tendrán la capacidad de pagar una fianza para enfrentar el proceso “en libertad”.

Las maestras, que en otro momento recibieron hasta reconocimientos de los padres que hoy las acusan, tienen miedo.

Se sienten abandonadas, dejadas a su suerte por el Estado que jamás hizo nada por aliviar su sufrimiento. No hubo terapias grupales.

No hubo oportunidad de hacer un ejercicio crítico de lo que pudo hacerse mejor para evitar que esta tragedia se repita, en cualquier parte del país.

Con lágrimas en los ojos, sin excepción, compartieron su parte de la historia y el sentimiento que tienen por ser señaladas como culpables de un incendio que ni siquiera se generó en la Guardería ABC y que no fue provocado por una falla de ellas.

Los verdaderos culpables, dicen, están en otro lado. Ellas son las víctimas que nadie reconoció.

‘Me encerré con ellos en el baño’

Araceli Moroyoqui era una de las encargadas de cuidar a los niños del área conocida como B1, donde se encontraban niños de 2 años a 2 años seis meses de edad.

Estaba comiendo, cuando escuchó el grito de que la guardería se estaba quemando.Corrió hacia su aula y tomó a tres niños en los brazos.

Frente a ella, el techo de lona caía en pedazos ardientes. Como pudo, abrazó a los niños y los llevó pegados a la pared hasta el área de Maternal A, donde había una puerta.

Decidió no correr hacia la puerta principal porque, de hacerlo, la lona los hubiera quemado a todos.

Se metió a Maternal y ahí encontró a los pequeños sin maestras, porque ellas ya habían salido con algunos niños.

No supo qué hacer. La disyuntiva estaba en regresar al salón B1 o quedarse con los niños de Maternal.

Desde adentro, abrió la puerta del salón y vio los remolinos de humo negro asfixiantes en el área central de la guardería. Los pequeñitos, de entre 1 año y medio y dos años de edad, empezaron a llorar y a gritar con pánico. Decidió quedarse con ellos.

“La opción fue que como el humo ya estaba entrando al salón, y que el techo era de un material muy flamable, metí a los niños al baño de Maternal y ahí los empecé a mojar para protegerlos de las llamas, del techo o para despertarlos. Me quedé encerrada con ellos en el baño.

“No sé de dónde agarré valor para decir: ‘Tengo que sacar a estos niños, ¿cómo me voy a morir aquí? No me quiero morir junto con ellos. Yo, pensando en mis hijos. Yo pensé que ahí nos íbamos a morir todos. Yo pensaba que no podía salir corriendo con dos nada más, ¿y los demás?”, narró Araceli.

Como pudo, se subió a una mesa que servía para cambiar a los niños y por una pequeña ventana gritó hacia la calle. Un grupo de hombres que se encontraban ahí lograron tirar un aparato de aire acondicionado que estaba empotrado en la pared.

Por ahí pudieron sacar a varios niños, ya adormecidos por inhalar el humo. Ella misma salió por el agujero, y junto con los hombres que le habían ayudado, intentó volver a entrar a la Guardería por la puerta principal. Pero el humo hizo imposible volver.

Intentó después entrar por el portón que daba al patio. Pero los policías ya no permitieron que nadie ingresara.

Araceli está en la lista de las 22 personas consignadas. Podría ir a prisión acusada de homicidio culposo por abandonar a los niños de su área.

Sin embargo, Araceli dice que no se pudo hacer nada por los pequeños que fallecieron. Se encontraban en la zona más profunda de la guardería, hasta donde no se pudo llegar por el humo y el fuego que consumía la lona.

Aunque quería llegar hasta ellos, ya no pudo. Lo dice, entre lágrimas.

Aun así, se dice con la conciencia tranquila porque salvó a muchos niños cuando los sacó por el hoyo del aire acondicionado.

‘Empujé a algunos con los pies’

Marina Isabel Flores era asistente educativo en el área de Maternal A. En cuanto se dio cuenta del incendio, sacó a varios niños, unos en los brazos y otros empujándolos con los pies.

Se abrió paso entre el humo y el fuego. Los metros que separaban su aula de la puerta principal se le hicieron eternos. Escuchaba los gritos, el caos, el fuego haciendo crujir la lámina del techo. Pensó que iba a morir con ellos en los brazos.

Como pudo, abrió la puerta principal y entregó a los pequeños que llevaba en los brazos. Regresó a sacar a otros más.

Haciendo caso a los policías que llegaban al lugar, Isabel se llevó en cunas a los niños que había sacado a la “casa verde”, donde se concentró a los heridos.

Para llegar ahí, arrastró las cunas por la calle, que es de tierra. Se atoraban las piedras en las llantas y no dejaban avanzar rápido. Finalmente llegó con algunos niños y se quedó ahí por algunos minutos, procurándolos.

Salió de ahí para ver en qué más podía ayudar. Pero al llegar, ya había terminado todo.

“Yo no captaba, en ese momento, la magnitud de lo que estaba pasando, que iba a haber niños muertos, que se estaban quemando”, narró Isabel, llorando.

Llegó al lugar Sandra Lucía Téllez, una de las dueñas socias de la Guardería ABC, preguntando quién seguía en turno para trabajar. Mandó entonces a las maestras a los hospitales y al Servicio Médico Forense. Había niños que no podía reconocer por lo mal que estaban.

“Yo no sé por qué nos están culpando a nosotros, si nosotros hicimos todo lo humanamente posible. Todo fue muy rápido, no fueron ni cinco minutos que tuvimos para sacar a los niños. Fue un momento horrible. No entendemos por qué se nos está culpando a nosotros”, dijo.

Isabel ha estado tres veces en el Hospital Psiquiátrico Cruz del Norte, en Hermosillo, y otras tantas en el Psiquiátrico de Monterrey, Nuevo León, a cientos de kilómetros de su familia, buscando aliviar el dolor. Aun así, ella sigue viviendo el momento como si fuera ayer. Reconoce que jamás será la misma.

‘¿Cómo creen que queríamos dejarlos ahí?’

Maribel Hernández Jaime recuerda como si fuera ayer el momento en que vio las caras de horror de sus compañeras cuando le dijeron que la Guardería se estaba quemando.

Ella estaba encargada de la sala de Lactantes A y B, donde estaban los niños de 43 días hasta un año de edad.

A esa hora, Maribel estaba sentada en el suelo, arrullando a un bebé para que se durmiera. De repente, la paz de la jornada –y de la vida- se acabó para siempre.

Al escuchar que la Guardería se estaba quemando, tomó al niño que tenía en los brazos y salió a la sala de Lactantes C, donde había una puerta que daba a la calle.

La maestra de esa área quiso abrir la puerta y, cuando eso ocurrió, un huracán de humo negro las expulsó hacia afuera del edificio.

Sacó al bebé, fue el primero o el segundo en salir, y regresó a la sala de Lactantes C. Ya no pudo entrar a su salón porque el humo no la dejó pasar.

Se agachó y a tientas, con pies y manos, fue localizando a más bebés en Lactantes C. Trató de salvar a todos los que pudo.

“Pisé a algunos”, dijo con voz entrecortada. “A los que pisé, los agarré y así los fui sacando, a unos con las manos y a otros con los pies. Fui sacando, hasta que llegaron los policías y ya no nos dejaron regresar”, narró.

La policía ya no las dejó entrar porque comenzaron a escucharse explosiones. Eran los vidrios que no soportaron el calor del incendio.

Como ya no la dejaron entrar por más niños, ayudó a llevar a los menores que estaban en la acera de enfrente a la “casa verde”. Estaba en shock.

“Le di auxilio a una de las maestras que salió muy mal. De hecho, una señora me sacudió y me dijo: ‘Hija, ¡tu compañera!”. Estaba muy mal. Entonces se la llevaron los paramédicos.

“Regresé (de la casa) y estaba una maestra que no encontraba a su niño. Los papás, como locos preguntándonos todos: ‘¡Maestra, mi hijo!’, ‘¡Maestra, mi bebé!’. Y yo, ¿qué cara les ponía? ¿Qué les decía? No sabía qué decirles. ‘No sé, no los he visto’. ‘Maestra, dígame que mi bebé está afuera’”, relató Maribel.

Otra maestra también estaba muy mal porque no encontraba a su hija. Querían entrar por ella, pero ya no las dejaron.

Vio cómo otras personas sacaban a los niños muy quemados, sin saber si estaban vivos o muertos, y los colocaban en la parte trasera de los pick-ups para llevarlos a algún hospital.

Minutos después, Maribel fue llevada, junto con otras compañeras, a declarar al Ministerio Público. Las subieron a las patrullas y se las llevaron. Esa tarde estuvieron custodiadas. Luego, fueron a los hospitales.

“En ese momento no piensas. Lo único que piensas es en salvar a los niños, agarrar a los que puedes, a los que tienes a tu paso (…) La gente no sabe, no pregunta, nos cuestiona nada más. Nosotros, para todo mundo en esos momentos, éramos las malas, las que no sacamos a los niños, las que se los dejamos tirados.

“¿Cómo creen? ¿Cómo creen que en nosotros va a carburar la mente en que queremos dejarlos y salvarnos? Lo único que quiere uno, es que salgamos todos. En ese momento, es muy difícil, porque la verdad en ese momento no piensas en ti, en que tienes hijos, en nada. Es un pánico de que nos vayamos a morir”, reflexionó.

De la sala de Lactantes A y B solo falleció una bebé. Todos los demás salieron con vida.

A Maribel le cambió la vida. Tiempo después se divorció de su esposo. Duró mucho tiempo sin trabajar, hasta que los dueños de un supermercado le ofrecieron un empleo.

Ahora, Maribel teme ser llevada a prisión. Forma parte de la lista de consignaciones hechas por la PGR. Le parece una injusticia porque, ella que lo vivió, dice que no fue posible hacer más, aunque hubiera querido en el alma poder salvar a todos.

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