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México violento

Lo peor de la violencia es cuando se normaliza. Si una persona, una familia o un país llega a verlo como “normal”, el reto de disminuir la violencia se convierte en uno mayor. Eso es lo que le está pasando a este país bañado en sangre. Aunque a la mayoría parece no importarle o, definitivamente, hacer como si no importara.

De acuerdo con el estudio Armed Conflict Survey 2017 realizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, somos el país más violento después de Siria en 2016 con 23 mil muertes en ese año.

Lo peor de la violencia es cuando se normaliza. Si una persona, una familia o un país llega a verlo como “normal”, el reto de disminuir la violencia se convierte en uno mayor. Eso es lo que le está pasando a este país bañado en sangre. Aunque a la mayoría parece no importarle o, definitivamente, hacer como si no importara.

De acuerdo con el estudio Armed Conflict Survey 2017 realizado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, somos el país más violento después de Siria en 2016 con 23 mil muertes en ese año.

Ante esta información no ha habido tantas reacciones de la gente como se esperaba.

Quizá porque lo que no se ve en los medios de comunicación o redes sociales virtuales “no existe”.

O porque como me comentó una persona al intentar hacer conversación con ella sobre las ejecuciones que ha habido en San Pedro Garza García, “hay que hablar de cosas positivas”.

Algo nos está pasando que a diferencia de otros años este tema ha dejado de ser parte primordial de la agenda pública.

Incluso que genere incredulidad y hasta risa que la Secretaría de Relaciones Exteriores haya aclarado que las conclusiones de tal investigación no tienen sustento ¿A quién creerle?

Nos hemos acostumbrado tanto a estos hecho delincuenciales y al silencio generalizado, a la parálisis institucional en el que se hace muy poco a pesar de tanta burocracia, que los mexicanos nos levantamos a diario a sortear y enfrentar el riesgo de lo peligroso que es vivir en un país no sólo inseguro sino violento.

Esa normalización genera que veamos tales casos siempre como hechos aislados de algo que es sistemático y que más nos valdría no dejar del lado. No sólo para enfrentar a la corrupción o la impunidad que alimentan este “río revuelto” del que pocos quieren hacerse responsables, sino para prevenir la consumación de cualquier hecho delictivo o que derive en violencia.

No es cosa menor ser un territorio cuyas urbes estén en constante riesgo por estos casos. Si somos o no un país casi con el nivel de violencia en Siria, el problema no es Siria ni es que ese “casi” nos deje la duda ni mucho menos si eso afecta o no en la imagen de nuestro país.

El problema es que autoridades y ciudadanos hacemos como que no pasa nada ante realidades que ahora mismo ocurren y que no son “normales”.

Pararnos sobre una realidad violenta para invertir mucho más en cerrar brechas de desigualdad, educación, deporte, salud pública, sustentabilidad y otros factores que contribuyen a la sana convivencia en paz de las personas deberían ser foco de la atención social en estos momentos que tanta urgencia existe de romper ese círculo de pensar que a nosotros nunca nos va a pasar o que todo es una exageración mediática.

Socialmente lo más duro, así como en las personas cuando son adictas a algo, es confrontarse con lo que sucede en el entorno y aceptar que tenemos un problema.

Lamentablemente, muchos hacen como que esto es sólo información “amarillista” o “roja” y no están dispuestos a encender las alarmas de que cotidianamente estamos aceptando vivir con miedo a que te secuestren, te asalten, te violenten o te maten.

No quiero decir que esto deba orillarnos al flagelo o el sufrimiento exagerado, pero sí que menos podremos impactar si nos evadimos de lo que sí sucede o es altamente probable que suceda.

Sobra decir que necesitamos vivir en paz, pero lo que no sobra es que abramos los ojos para entender que ninguna violencia es aislada cuando nosotros lo estamos permitiendo o hasta solapando en esta manía de normalizar todo para que “nadie haga nada”.

Preguntémonos a quiénes les estamos cediendo nuestro poder de ejercer el derecho a vivir en paz. No. No es “normal”.

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